“La edad avanzada es la etapa de la plenitud de la vida humana, época de experiencia y sabiduría esencial, de alegría y lucha, de esperanza a punto de cumplirse”. (Víctor García Hoz).
Actualmente ya no se identifica al abuelo como una persona de edad avanzada, pues muchos no lo son por edad y menos por vitalismo, ya que mantienen proyectos e ilusiones. Por esta razón, en la medida en que hay espíritu joven, la llegada de la ancianidad o la ahora llamada “tercera edad”, deja de ser una amenaza para convertirse en un ilusionante futuro.
La sabiduría de la experiencia
Es conocida la existencia en muchas civilizaciones del Senado o Consejo de Ancianos, al que se le encomendaba informar, transmitir, asesorar, atender, aconsejar… Un país culto estimula a sus mayores, pues sabe que en ellos reside la parte sabia de la humanidad. La auténtica sabiduría arranca de la experiencia del pasado cuando ésta se proyecta, se evoca, se reinterpreta, revive al encarnarse en el presente y continúa hacia el futuro: se repasa la cuenta del pasado a la luz de los proyectos.
Muchos personajes significativos en la Historia realizaron lo mejor de su obra en la tercera edad. Víctor García Hoz, Menéndez Pidal y Julián Marías son españoles que estuvieron ejerciendo su magisterio superados los 70 años. Churchill, Adenauer, de Gaulle y el añorado Juan Pablo II, participaron en decisiones importantes a edades en que algunos les hubieran considerado como ancianos. Todos ellos estaban en la edad de la experiencia, fruto de la unión del pensar y del hacer a lo largo de muchos años.
En la sociedad actual “los que deciden” no atienden demasiado a los que pueden aconsejar, pues se les achaca que la sociedad ha evolucionado tan rápidamente que los mayores se han quedado anticuados y no comprenden los problemas actuales. Sin duda, a algunos de los mayores les puede resultar difícil dominar las nuevas tecnologías que avanzan aceleradamente, pero esto es anecdótico.
Tener proyectos y hacerlos mejora la salud física y psíquica. El no hacer nada, supone renunciar a ideales de ayuda a los demás, lo que lleva al tedio y a la pérdida del sentido de la vida
Ahora bien, sí que comprendemos los problemas actuales de la familia y entendemos que no debemos aceptar lo que sea contrario a nuestras creencias morales. Hemos de hacer oír nuestra voz ante los crecientes ataques a la familia, porque tomando prestado un slogan reciente: La familia sí importa… nos importa y mucho.
Cuando llega la jubilación
Con la jubilación se debe sentir “júbilo”, pues se libera de obligaciones cronometradas y se gana tiempo libre. Puede ocurrir que al perder las rutinas del trabajo se produzca desconcierto, hasta que se ordene de nuevo la vida diaria. Mientras se va acercando este momento jubilar, lo mejor es ir haciendo planes para dedicar más tiempo a la familia -en especial a los nietos-, a actividades culturales, a leer esos libros que nos esperan, a realizar algún viaje añorado por el matrimonio y quizá, a continuar cultivando algún aspecto de la profesión.
En esta nueva vida también enriquecerá mucho dedicar un tiempo de ayuda a los demás, no sólo a la familia. Se puede pensar: “Yo he trabajado bastante, ahora que trabajen los jóvenes”. Este planteamiento sería poco saludable, bastante egoísta y a la larga produciría una pérdida del sentido de esta etapa de nuestra vida. Que nadie diga que una vez jubilado no es útil o valioso…, los abuelos no podemos desmotivarnos y pensar que ya no se cuenta con nosotros. Convenzámonos que tanto para la familia como para la sociedad tenemos inmenso valor, si estamos dispuestos a adaptarnos con nuestras limitaciones y posibilidades, para continuar aportando nuestro legado, nuestra historia y nuestras raíces.
Y no solo la familia, necesita a los abuelos… ¡también la sociedad! para que ésta se enriquezca con nuestras ideas, conocimientos profesionales y los fuertes valores espirituales, que hoy más que nunca el mundo reclama y busca desesperadamente. Tener proyectos y hacerlos mejora la salud física y psíquica; y el no hacer nada, supone renunciar a ideales de ayuda a los demás, lo que lleva al tedio y a la pérdida del sentido de la vida. Para aprovechar este tiempo hay ser miembro activo de la sociedad en la que vivimos.
Apuntarse al voluntariado
Cuando un abuelo descubre la posibilidad de continuar realizándose personalmente en actividades que le proporcionan la doble satisfacción de seguir aprendiendo y de prestar un servicio a los demás, encuentra un nuevo sentido a su vida y se eleva su autoestima. Ahora no le corresponde tanto el hacer, como el enseñar a hacer. Disponemos de libertad y tiempo. Tomar esta decisión dependerá sólo de nuestra voluntad y nuestro deseo de ayudar a los demás. Me atrevo a decir que es casi una obligación participar activamente en la vida social aportando nuestra sabiduría, serenidad, desprendimiento y generosidad. Nos jubilamos de un empleo, no de la vida.
Esta participación podemos realizarla en colegios profesionales, asociaciones culturales y deportivas, parroquias, comunidad de vecinos, partidos políticos, ONGs, etc. Nos permitirán contribuir a resolver o mitigar alguno de los graves problemas que aquejan a nuestra sociedad. Por ejemplo, trabajar en proyectos de desarrollo en países del Tercer Mundo, ayudar a personas ancianas solas, visitar a enfermos, colaborar en la educación de niños con problemas familiares, recoger y distribuir alimentos a entidades benéficas, etc. El voluntario se siente útil y feliz participando en estas actividades.
“No nos dejen solos abuelos, necesitamos su ejemplo, su tenacidad, su ilusión, su claridad de pensamientos, su humildad y sobre todo su desprendido corazón para sembrar amor y cordialidad en nuestros ambientes.” (Emma Godoy).
Fuente: https://m.hacerfamilia.com/blogs/noticia-papel-abuelos-sociedad-actual-20150528125944.html