Fomento de la igualdad y de la conciliación, conciencia solidaria o preservación del empleo son algunas de las cuestiones que los inversores han empezado a premiar en esta crisis.
Cada vez son más los inversores que seleccionan los activos de su cartera con criterios que no son únicamente los financieros. Todos valoran que la empresa sea solvente, esté bien gestionada y tenga unas perspectivas de beneficios estables, pero también se empieza a tener en cuenta el impacto en el medio ambiente de la actividad de la compañía en la que van a invertir, su compromiso con la sociedad o que las retribuciones del consejo de administración vayan acordes con la situación de la compañía o de la plantilla.
Esta forma de realizar finanzas se conoce como inversión socialmente responsable (ISR). Tal y como señala Albert Carné, director de Sostenibilidad de Banco Sabadell, este tipo de inversiones se enmarca en el ámbito de las finanzas sostenibles. “Son aquellas que integran los criterios ESG — siglas en inglés de ASG, criterios ambientales, sociales y de gobernanza— en la estrategia como parte del proceso de estudio, análisis y selección de valores de una cartera de inversión”. Hoy, más que nunca, esta forma de actuar toma especial relevancia. “En este contexto, de una forma cada vez más generalizada, los inversores contemplan la inversión sostenible como más resiliente ante eventos críticos y globales como la covid-19, y ya han empezado a cambiar sus flujos de inversión a activos que cumplan con criterios ASG”, apunta Carné.
El camino de las finanzas hacia la sostenibilidad
“Se trata de un momento único para reflexionar sobre el proceso de transformación de las finanzas hacia la sostenibilidad y cómo la integración de los criterios ASG conecta con el impacto de la emergencia sanitaria”, confirman desde el Foro Spainsif, una asociación sin ánimo de lucro desde la que gestoras, proveedores de servicios de inversión y otras organizaciones promueven la inversión sostenible.
En buena medida parece que está siendo así, ya que los fondos sostenibles europeos recaudaron 30.000 millones de euros en el primer trimestre de 2020, de un total de 148.000 millones.
¿Cuánto han crecido los fondos responsables?
Entre 2009 y 2017 España ha pasado de contar con un patrimonio invertido en fondos de inversión socialmente responsable (ISR) de 36.000 millones de euros a 186.000 millones de euros, de acuerdo con el Foro Spainsif, una asociación que promueve la inversión sostenible. En 2018 fueron 210.644 millones de euros gestionados, lo que supone un incremento del 13,5% respecto al año anterior.
“Desde la Comisión Europea, todas las iniciativas que se están poniendo en marcha para la reconstrucción y recuperación económica tienen en cuenta los criterios de sostenibilidad. El European Green Deal (EGD) pretende incrementar la resistencia financiera de la UE en base a estos criterios y con el objetivo de una Europa neutral climáticamente en 2050. En este nuevo marco las ISR cuentan con un fuerte recorrido”, prevé Carné.
La defensa del medio ambiente
Desde que nació este tipo de inversión, hace unos 20 años, el criterio medioambiental ha sido el principal. Por ejemplo, los grandes inversores y las gestoras de fondos más reconocidas han asumido como suyos los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) de Naciones Unidas —el conjunto de metas globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad— y han impulsado iniciativas para que las estrategias de inversión contribuyan a su consecución.
“Los riesgos asociados al clima ya se situaron como la primera preocupación del mundo empresarial y económico durante la última edición del Foro de Davos”, apunta Albert Carné, director de Sostenibilidad de Banco Sabadell, quien recuerda que “ello conlleva la necesidad de analizar y de hacer las cosas de una manera distinta. Tras la pandemia de la covid-19, a la preocupación por el cambio climático, sin duda se añadirán las relacionadas con la vulnerabilidad empresarial y social derivada del nuevo contexto económico”, añade.
Reconocimiento de las empresas
Durante esta crisis, la visibilidad del comportamiento social de las compañías ha crecido exponencialmente y está haciendo reflexionar a todos, incluidos los inversores, sobre la gran influencia que el sector empresarial tiene sobre la comunidad.
“Hay un claro y creciente reconocimiento de las empresas e inversores que son conscientes de que tienen un papel que desempeñar en la sociedad en general. A largo plazo, las empresas que muestran principios ASG sólidos durante estos tiempos difíciles serán recompensadas por sus accionistas y grupos de interés”, prevé Kasper Elmgreen de Amundi, la mayor gestora de fondos europea por activos, de origen francés, que acaba de firmar un acuerdo estratégico con Banco Sabadell para impulsar su negocio de fondos en España.
Durante los momentos más críticos de esta crisis, compañías como Seat, Repsol, L’Oréal o Loewe han cambiado su producción para fabricar mascarillas, trajes para sanitarios, respiradores o geles hidroalcohólicos. También el fabricante de vaqueros Capitán Denim, por ejemplo, ha pasado de producir estas prendas a elaborar más de 20.000 mascarillas.
Otras como Endesa, Iberdrola o Inditex han realizado donaciones de material de protección o de dinero a organizaciones como Cruz Roja o Médicos Sin Fronteras. Las grandes operadoras han reforzado las infraestructuras de comunicaciones y han aumentado la conexión de datos.
Muchos bancos han facilitado transacciones a sus clientes, como Banco Sabadell, que está adelantando el dinero a los pensionistas y ha puesto encima de la mesa una línea de financiación para paliar los efectos de la covid-19 sobre las pymes.
Otros criterios que también importan
La situación creada a raíz de esta crisis sanitaria, señala Carné, ofrece una oportunidad para transformar la economía en la dirección que ya se había iniciado empujada por los riesgos asociados al cambio climático. “Sin embargo, aunque la atención a lo medioambiental se va a mantener, el contexto económico va a hacer que cobren más relevancia los aspectos sociales”.
La sociedad revisa con lupa el comportamiento de las empresas frente a distintos colectivos que conforman su negocio, como los trabajadores, los proveedores o los accionistas. “La pandemia ha cambiado el paradigma y las empresas, las autoridades y las distintas instituciones están reajustando sus estrategias para adaptarlas al nuevo escenario. Con la covid-19 la transformación digital en la que ya llevábamos tiempo inmersos se está acelerando y también se están acentuando los aspectos vinculados a la sostenibilidad”, señala Carné.
La crisis actual evidencia la importancia de crear relaciones sólidas entre las empresas y sus empleados, proveedores, clientes, reguladores y accionistas. Todos están siendo afectados, de algún modo, por la enfermedad. Y, tal y como señalan desde Banco Sabadell, “estas relaciones se encuentran en el centro de la filosofía que subyace a nuestras ISR sobre el crecimiento sostenible y su buen funcionamiento será fundamental si queremos navegar con éxito por esta crisis”.
Puedo invertir para cambiar el mundo
La inversión social responsable (ISR) tiene muchas variantes. La más utilizada por las gestoras es la que busca excluir de la cartera a compañías por su actividad —nada de armas, trabajo infantil, alcohol, pornografía o, incluso, tabaco— o por los tipos de emisiones de renta fija, por ejemplo, deuda emitida por países muy contaminantes o dictatoriales.
Otros estilos de ISR buscan las mejores empresas en una determinada área: tratamiento de aguas o elaboración de biocombustibles, por ejemplo. Existen, además, fondos temáticos que apoyan directamente la lucha contra el cambio climático o el bienestar para la tercera edad.
También es cada vez más común ejercer esa responsabilidad desempeñando un papel activo dentro de las empresas en las que invertimos, ejerciendo, por ejemplo, el derecho a voz y voto en las juntas de accionistas. Pero quizás la más comprometida de todas es la denominada inversión de impacto, que busca convertirse en accionistas de compañías, no tanto por su rentabilidad económica, sino para tener la capacidad de influir y provocar cambios en su actividad y, por tanto, en la sociedad.